miércoles, 21 de noviembre de 2007

POR JAVIER MARTÍN-CALERO


En un mundo de cielo vacío y largas llanuras, un grupo de jóvenes decidieron ser valientes y mirarse a sí mismos.


Esta historia trata de un ángel delicado, sensible, frágil. Era tan hermoso que decidió ser mujer.


En aquella llanura, la cual es irrelevante, empezó una gran alegoría de la realización. Esa criatura se despertó del sueño, corrió el velo, la única diferencia es que esta vez lo traspasó.


Estaba sola, rodeada. Se extrañó de su situación ya que todos los que la rodeaban le resultaban familiares, pero ninguno era nadie que no fuese ella.


Se vio muy asustada, dio un paso al frente, habló con uno de ellos, sólo hablaba ella. Las dos voces se contradecían y de la rabia y la frustración ella empuñó su Katana. Su reflejo, que no se parecía en nada a ella torció su boca y empuñó la misma Katana; ANDROS. En poco tiempo empezó la deseada perdición de una misma para ser Amor.


Ella, tan grácil y hermosa, como inexperta e indecisa, que no cobarde, se abalanzó sobre aquel al cual no reconocía como ella misma. Él, que lo tenía todo claro y tenía tanta seguridad como terror, demostró la destreza que alberga la claridad.


Durante todo el combate, ella, para no perderse y recordar lo que cada segundo te haces olvidar, trajo consigo a alguien que con sus ojos de amor incondicional infundaba en ella todo el valor necesario para recordar.


En los ojos de él había lágrimas, ya que como todos aquellos que se miran a sí mismos sin miedo, sabía que aquel ángel iba a sufrir una de las mil muertes, todas ellas llenas de falso dolor y sufrimiento. Esas lágrimas no eran por su inminente muerte ni por lo salvaje de los golpes ni por la promesa que la hizo de no interveir, sino de suma alegría por ver a alguien madurar y enfrentarse a sus demonios antes vistos como ángeles.

1 comentario:

Montse. 26 años. dijo...

Porque tus mil muertes y mis mil muertes han conseguido acercarnos, ¡Vivan! Te quiero. (M)